ESTAMPAS
Marsolaire Quintana (*)
No quiero ser aguafiestas, pero alguien debería decirlo con todas sus letras: tanto el sistema capitalista como el socialista, con todas sus variantes y mutaciones, nos han definido como sujetos productivos. En la medida en que no lo somos se produce una sensación de vacío. Cuando alguien señala que las personas deberían ser útiles (para sí o para la comunidad) podría preguntarse, con toda validez, ¿útiles o necesarios?
Cuando Víctor Frankl escribió “El hombre en busca de sentido”, tras su experiencia límite en un campo de concentración nazi, no se refería a que trabajar fuera el sentido de la vida. Es decir, el trabajo como empleo y éste como modo de subsistir. No creo que un prisionero de guerra aspirara a salir en libertad porque deseara trabajar de 9 a 18 todos los días por el resto de su existencia.
"A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino”, escribió Frankl en el libro citado. Y sabemos que, si falta el empleo, pero se tiene el afecto de quienes queremos, todo se hace más llevadero. Pero si falta el afecto, el pan ganado con el sudor de la frente suele ser amargo.
No tapemos la soledad con trabajo
Perfecta es la fecha para señalar que enamorarse de lo que hacemos no es tan importante como apasionarse por lo que somos. Lo que se hace puede variar en función de la circunstancia, pero lo que uno es, sólo varía en función de la inestabilidad interior, la inseguridad y la falta de confianza.
En la medida en que trazamos metas de negocios, casi siempre obviamos aquella que señala nuestro propio bienestar. Y cuando hablo de bienestar me refiero no a aparentar estar bien ante el mundo, sino a estarlo a solas con nosotros. En una realidad tan apremiante, pandemia y crisis socioeconómica mediante, hay que tomarse un momento para centrarnos y aprender qué es, en verdad, lo imprescindible en nuestras vidas.