Claudia Salazar: «Yo miro mis musicales desde el orgullo y el absoluto placer»
La productora Claudia Salazar ha provocado una revolución escénica que ha desafiado las capacidades histriónicas de los actores venezolanos, obligados a interpretar, cantar y bailar

REDACCION ESTAMPAS

28/12/2023 08:00 am



Néstor Luis Llabanero 

Esa mañana, Claudia Salazar concluyó el ensayo de Matilda, el montaje con el que cierra 2023. Entonces se dirigió a la sala Ríos Reyna, del Teatro Teresa Carreño, se acomodó en una de las butacas, repasó sus labios con una barra de brillo y con nuestra conversación puso a volar los sueños que la mueven: hacer del teatro una industria del país.

Pero, no se trata de cualquier teatro. Lo de Claudia Salazar son los musicales, un género que se convirtió en su fijación cuando pisó Nueva York como parte de la delegación de adolescentes del colegio Campo Alegre, donde estudiaba, cumpliendo así con un intercambio artístico.

Hoy tiene 38 años de edad —nació en Caracas el 9 de octubre de 1985—, pero a los 13 años, cuando estaba en Broadway, dijo haber alucinado. Estaba frente al montaje de Los miserables y esa obra tuvo el encanto para querer producirla en Venezuela, algo que hizo por primera vez en 2019.

Fue precisamente en la escuela Campo Alegre, un colegio internacional en Caracas, donde su vida se enriqueció con el profesor de música Kent Walter, y con la profesora de teatro Cindy Kennaugh. Con ambos viajó a Estados Unidos.
 
—Cuando estábamos en el teatro en Broadway yo veía que algunos compañeros se quedaban dormidos —ríe ante sus recuerdos juveniles—. Es que Los miserables es una obra muy fuerte para chamos, aunque a mí cada nota de ese musical me enamoraba, me volvía loca con Éponine (la niña consentida convertida en delincuente) y me fui hacia el terreno donde me conseguí, la producción.


"Nunca he perdido el romanticismo, pero ahora tengo una perspectiva más empresarial" 

—Y luego de tanto soñar, debutaste como productora en 2011 con La novicia rebelde…
Sí. Creo que ese fue un momento de mucha ingenuidad, de la Claudia soñadora, poco práctica sin duda alguna, muy romántica en cuanto a la posibilidad del teatro musical en Venezuela. Le doy gracias a Dios que nos haya permitido sacar ese proyecto adelante, con Mariaca Semprún y con dirección de Vicente Albarracín, un genio. Fue mi primera vez trabajando con Elisa Vegas, un elenco gigante, cerca de 80 personas. La novicia rebelde nos habla de cómo una familia es rescatada a través de la música.
 
—¿En qué sentido La novicia rebelde te estaba rescatando a ti?
En ese momento, La novicia tenía sentido para mí, para hacer una marca y dejar claro lo que quería hacer. Creo que La novicia rescató mi valor, me llenó de confianza, porque no tenía la confianza que tengo hoy en día. Siento que yo ahora estoy preparada para hacerle justicia a una obra como esa. La novicia rebelde merece a la productora que considero soy actualmente.
 
—Dices también que sueñas para Venezuela con un boulevard lleno de oferta teatral, estilo Broadway.
Me gusta que la gente pueda visualizarlo con el ejemplo de Broadway, pero creo que esa materialización no tiene que ser una calle de Caracas o una avenida de Venezuela, la estamos transitando con proyectos que generen una industria y que a través de la cultura tengamos una mejor Venezuela.
 
—¿Qué te demostraste, por ejemplo, con el montaje de Los miserables en 2019?
Los miserables se hizo para ponernos en el mapa y para comprobarnos que en Venezuela podíamos hacer el musical más complicado de todos los tiempos.
 
—¿Las decisiones de replantear los clásicos, nos referimos a Hamlet protagonizado por una actriz, parten de ti como productora?
Esa fue una idea de José Manuel Suárez, quien dirigió la pieza y además la adaptó, y yo me sentí identificada con su idea. Estoy segura de que muchísima gente que no había leído Hamlet vino por la forma como estaba descrita esa puesta en escena y se fueron conociendo Hamlet, eso es un logro.


“Yo miro mis musicales desde el orgullo y el absoluto placer. Me doy el regalo desde que suena la nota La con la que afina la orquesta. Por supuesto, siempre hay errores y esa es la magia del hecho artístico en vivo”

—Es un logro y una provocación.
¡Sin duda! Bueno, para eso está el teatro, para generar algo, bueno o malo, lo importante es que el espectador y quienes hacemos el teatro durante las etapas de producción no nos quede un espacio vacío. Lo interesante es que te pase algo en el tiempo de cada función.
 
—¿Cuáles de tus errores como productora de tus comienzos no cometerías hoy?
Yo nunca he dejado de aprender. Creo que el gran tropiezo fue pecar de confiar en exceso en miembros de equipos que no estaban preparados. Para mí lo más importante era el proceso artístico.
 
—Admites que ahora prevalece lo ejecutivo sobre lo artístico.
He tenido que tomar una visión muchísimo más amplia, más ejecutiva. En ese sentido, yo pequé siendo más joven, cuando me atreví a hacer unas producciones grandes con una visión romántica demasiado encendida. Nunca he perdido el romanticismo, pero ahora tengo una perspectiva más empresarial.

—De acuerdo. Arte y empresa coexistiendo.
Lo que yo pienso es que si creemos en la cultura como una columna vertebral de una sociedad tenemos que entender su estructura como empresa. Si aspiramos a que los actores, productores, directores y la gente del teatro vivamos de esto, tenemos que tener una visión muy empresarial.
 
—¿Ha habido casos en los que no has intervenido en la selección del elenco?
El elenco de Los miserables lo escogió Londres. Cuando lo hicimos la primera vez vimos a 900 personas aproximadamente y, por supuesto, preseleccionamos a un grupo más pequeño. Los videos de las pruebas viajaron a Londres y fueron los productores Cameron Mackintosh y Thomas Schönberg quienes dieron la aprobación final.



—¿Te plantea un desafío que en Venezuela no todos los actores estén preparados para cantar y bailar?
Eso es una realidad sobre lo que debo preguntarme y ocuparme. Para la audición de Matilda se inscribieron, en tres días, más de mil quinientas personas, la cantidad más grande que hemos tenido. Finalmente, solo vimos a mil personas y te puedo decir que 800 funcionaban. Con un poquito más de formación, todos ellos pueden dar vida a espectáculos como estos.

—¿Tienes algún propósito con cada uno de tus montajes?
En cada musical siento que es necesario decir algo. Creo que en ese espacio tan privilegiado, donde como creadores de teatro estamos ante más de dos mil personas, hay que decir algo. Si bien son los actores los que dicen y que dan vida a los personajes, uno como productor también tiene una voz. Hoy los venezolanos ven si se trata de una producción de Class y la misma gente se pregunta qué nos viene a decir Class ahora.

—¿No temes sucumbir a la tentación de hacer un teatro comercial?
Muchos dirán que es teatro comercial, pero también hay una perspectiva de responsabilidad en lo que estamos haciendo.

—Cuando te sientas en la butaca frente a tus montajes lo haces con la mirada del placer o con un látigo en tus ojos.
Yo miro mis musicales desde el orgullo y el absoluto placer. Me doy el regalo desde que suena la nota La con la que afina la orquesta. Por supuesto, siempre hay errores y esa es la magia del hecho artístico en vivo. Puedo darme latigazos, pero te aseguro que eso no es lo que sucede cuando veo el musical. Sería muy poco generosa conmigo misma, no darme esa palmadita en la espalda o no entregarme por completo como espectadora a ese equipo maravilloso que está dándolo todo en un escenario.
 
Claudia Salazar
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Néstor Luis Llabanero
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Fotos: Mauricio Donelli
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Asistencia: Anibal Graffe
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