ATENEA ANCA
Las generalizaciones son un peligroso y acostumbrado recurso comunicacional que muchas veces nos trae grandes y negativas consecuencias. Generalizamos sin base cuando pensamos que algo que nos ha ocurrido en repetidas ocasiones, hará que nos siga ocurriendo, y peor aún, a veces se cree que le pasará al resto de personas también. Perfecto es el caso de la infidelidad. Si varias parejas me fueron infieles, entonces, me sentiré con base suficiente para pensar que todos los hombres son infieles. Pero, ¿evalué a todos los hombres del mundo? No, ¿es una muestra representativa de todos los tipos de hombres y relaciones en el mundo? No.
Los motivos por los cuales se repiten nuestras historias sigue siendo objeto de estudio de la psicología. Algunos teóricos dirán que se trata de mera casualidad, otros podrán decir que en la elección de pareja deseas inconscientemente comprobar la hipótesis de que todos son infieles. Otros más osados dirán que es el karma o que tienes una lección qué aprender. Pero la realidad es que podemos haber pasado muchas veces por la misma historia y aún así no tener derecho de generalizar. Recuerdo una pareja en consulta que discutía porque él decía que todas las mujeres eran interesadas y celosas, y ella estaba absolutamente ofendida, pues no se consideraba ni una cosa ni la otra. Que te metan en un saco por tu género asociado a una característica negativa es, al menos, injusto.
El primer gran paso para que esto empiece a cambiar es darte cuenta de que estás diciendo una generalización basándote en sólo las personas que conoces que lo hicieron. De hecho, conoces a muchas personas y no sabes si han o no cometido alguna vez una infidelidad. Las heridas que te duelen son por haber conocido los casos. Pero ese amigo del trabajo tal vez nunca ha cometido una infidelidad y nunca ha hablado del tema, por lo que tú no lo sabes.