ESTAMPAS
Juan Carlos Araujo S.
María José tiene 22 años y estudia Psicología en la Universidad Central de Venezuela. Cuando la pandemia empezó a cambiar la forma de vida de todo el mundo, la UCV, como muchas instituciones educativas, pasó a la modalidad de clases virtuales o educación a distancia. El problema es que, como muchos estudiantes de las universidades públicas, María José no tenía una computadora en casa para ver sus clases y hacer sus trabajos.
Fabiana es periodista, una profesional a carta cabal. Ejerce el oficio en un medio que, como muchas oficinas en tiempos de pandemia, pasó cada vez más a la modalidad de teletrabajo. Ella cuenta con su laptop y con un teléfono inteligente que el medio le asignó para que cumpliera con su labor. Sin embargo, la conexión en la zona donde ella vive es precaria, lenta e inestable. El trabajo se duplica gracias al servicio de Internet, la investigación, curaduría, contactos y el envío del material toma mucho más tiempo del que debería y saltar a otras alternativas le resulta sumamente costoso.
El hecho es que la pandemia nos ha puesto frente a frente con una realidad: La brecha digital. Esa diferencia entre las personas que tienen acceso y pueden utilizar las herramientas del mundo digital y aquellas que no. No sólo es un tema de acceso a los dispositivos que son la puerta de entrada al mundo digital, es la condición de la infraestructura del Internet y la comprensión del uso y el alcance de las herramientas digitales… y la capacidad de adaptarse a un mundo en el que las herramientas cambian constantemente y cada día se presenta una nueva.
La tecnología avanza a paso agigantados. Fotografía Freepik