Todo un seductor
Algunos hombres tienen suerte con las mujeres. Llámese magnetismo, carisma o como se quiera. Tiene muy poco que ver con el aspecto físico. Muchos de los grandes amantes del mundo han estado muy lejos de ser apuestos

ESTAMPAS

27/08/2021 06:00 pm



Max Haines 

Arthur Goslett no era el hombre más guapo del mundo. Tenía los ojos demasiado cerca uno del otro. Además, siempre tenía una expresión ceñuda. Pero todo lo que le faltaba en el departamento de la belleza física, lo compensaba con creces con su encanto.

Art tenía una disposición alegre ante el matrimonio. Es decir, era uno de esos hombres que se casan como cambiar de camisa. Ámalas y déjalas, era su consigna. A todas, menos a una. Durante su vida bígama tuvo una auténtica y verdadera esposa que vivía en Armitage Mansions, Golders Green, en Londres.

La atormentada señora Goslett conocía al menos una pequeña parte de las actividades extracurriculares de su esposo. No hay duda de esto, dado que en 1918 lo hizo encarcelar por estar viviendo con otra mujer como su esposo. Art salió de chirona totalmente arre-pentido. Le prometió a su cónyuge que sería el marido ideal hasta el día de su muerte. Pero un pícaro como él no había sido sincero al hacer su apresurada promesa. Un buen día de 1918, como signado por los dioses, una joven dama, Daisy Holt, se tropezó con Art en la calle. Art se inclinó, se quitó el sombrero y se disculpó. Daisy quedó tan impresionada que le permitió acompañarla hasta su ruinosa habitación. Durante los días y noches que siguieron, Art y Daisy se acercaron mucho. En realidad, se acercaron lo más que se pueden acercar dos Homo sapiens. En este tiempo, Daisy creía que su novio era soltero. ¿No so-spechan lo siguiente? Ahora Daisy esperaba un bebé.

Le comunicó a Art sus deseos de casarse con él. Rayos, dijo el hombre, qué diferencia hace un matrimonio más. 

La ceremonia falsa se realizó en febrero de 1919. Daisy y su nuevo esposo, a quien conocía como al capitán Arthur Godfrey, alquilaron un apartamento en el distrito Kew de Londres. El embarazo de Daisy no fue fácil. Estuvo tan enferma que debió ingresar a un hogar de cuidados hasta que dio a luz a un saludable bebé.

Sólo podemos imaginar su sorpresa cuando le dieron de alta del hogar de cuidados con su bebé y descubrió que Art había volado del gallinero. Sin
lugar donde vivir, Daisy rastreó al perverso capitán.

En un momento de debilidad, Art confesó que su verdadero nombre no era Godfrey, sino Goslett. 

Como si esto fuera poco, también confesó que había una señora Goslett y tres pequeños Goslett guardados en Golders Green.

Dígase lo que se diga de Art, hay que reconocer que el hombre era arrojado. Se le ocurrió un retorcido plan. Daisy y el bebé se mudarían con la señora Goslett y los tres niños. La esposa de Art no conocía a su hermano Perry ni a la esposa de Perry.



Perry había muerto, muy convenientemente, poco tiempo atrás. Daisy fingiría ser su viuda. 

La confiada señora Goslett se comió todo el cuento.

A medida que pasaba el tiempo, ambas mujeres se volvieron amigas. La señora Goslett sentía un natural afecto por la que creía su hermana política. Las cosas estaban saliendo bien para todos, salvo para Art. Daisy, sencillamente, se rehusaba a dormir con el canalla. 

Cada noche, ella le pasaba el cerrojo a la puerta de su cuarto.

Todo se derrumbó el día en que una vieja conocida de Daisy la vio en la calle y escuchó que la llamaban señora de Perry Goslett.

Esta desagradable persona se tomó las cosas en sus propias manos y le contó todo a la esposa de Art.

La señora Goslett quedó horrorizada, pero su reacción no fue nada típica, por decir lo menos. Realmente lo lamentaba por Daisy y su bebé. Sin embargo, insistió en que ella y su hijo buscarán hospedaje en otra parte.

Art estaba furioso, pero no podía hacer nada. Su esposa podía enviarlo a la cárcel tras acusarlo de bígamo si no cumplía sus deseos. Además, el tímido caballero se había casado con otra mujer sólo por diversión. Para dejar a todos establecidos, Art prometió buscar alojamiento para Daisy y su bebé.

Pero nuestro chico no estaba nada complacido. 

¿Quién sabe cuándo su torcida mente vio en el asesi- nato una forma de solucionar todos sus problemas? Desde su punto de vista, la señora Goslett debía irse.

Arthur y su legítima esposa salieron de casa al atardecer del 12 de mayo de 1920. Él regresó solo a casa. Al día siguiente, el cuerpo de ella fue encontrado en el río Brent. Había recibido una dura golpiza antes de ser arrojada inconsciente al río.

La policía le comunicó a Art su gran pérdida. Mientras lo interrogaban como parte de la rutina, los agentes averiguaron que no había notificado
la desaparición de su mujer, aunque ella no había vuelto a casa la noche anterior y era la primera vez que esto ocurría.

Art tenía una disposición ALEGRE ante el matrimonio... Ámalas y DÉJALAS,era su consigna

En una inspección de la residencia de los Goslett se encontró la camisa que Art había usado la noche anterior. Estaba manchada de sangre. También encontraron el bolso de la señora Goslett y algunas joyas que ella tenía cuando salió de casa.

Cuando los detectives aumentaron la presión, Art no aguantó y confesó haber asesinado a su mujer. El pérfido hombre intentó incriminar a Daisy Holt, pero la joven pudo demostrar que ella no tenía ninguna relación con el asesinato.

Durante su juicio, Art declaró: “Daisy Holt me llamó cobarde y dijo que si no mataba a mi mujer, entonces otro me mataría a mí”. En defensa de Arthur, sus abogados alegaron demencia. El jurado no estuvo de acuerdo. Lo encontraron culpable.

Bajo la custodia de los guardias, Art fue conducido desde el tribunal. Una joven siguió la procesión, llorando incontrolablemente. Visitó a Art religiosamente en la penitenciaría de Pentonville hasta el día en que fue ahorcado. Ella era, por su puesto, la última esposa de Art Goslett.