La escuela donde aprendemos a escuchar: escucharnos a nosotros mismos
A veces, cuando conversamos estamos más atentos a evaluar si lo que la otra persona está diciendo confirma o contradice nuestros pensamientos o nuestras emociones

ESTAMPAS

08/10/2021 06:00 pm



Oscar Giménez

 
El 90% de una comunicación poderosa depende de la capacidad de los interlocutores para escuchar. Dicho de otra forma, las conversaciones destinadas a fracasar son aquellas donde no hay espacio para la escucha. Muchas veces no podemos escuchar a otras personas porque el ruido de las emociones y las palabras son tan fuertes que el mensaje del otro queda neutralizado. Stephen Covey escribía al respecto "La mayoría de las personas no escuchan con la intención de comprender; escuchan con la intención de responder".

Una de las características más interesantes de nuestra mente es que siempre está lista para reaccionar rápidamente ante los estímulos que se presentan durante el día. Para esto utiliza los hábitos aprendidos, las respuestas automáticas que pueden mantenernos a salvo. Estos hábitos funcionan como filtros por los que pasa el mensaje que la otra persona quiere transmitir. La mente está evaluando todo rápidamente para responder. En esta naturaleza reactiva hay mucho espacio para el juicio y la emoción, pero poco espacio para escuchar. A veces, cuando conversamos estamos más atentos a evaluar si lo que la otra persona está diciendo confirma o contradice nuestros pensamientos o nuestras emociones. El mensaje queda en segundo plano y sólo estamos en una egocéntrica.

Mejorar nuestra comunicación con la pareja, los hijos, los amigos y hasta en los negocios necesita de un ejercicio de creación de espacios interiores para que pueda resonar el mensaje del interlocutor. Sólo así podremos lograr una conversación productiva y constructiva. Además, la confianza y el compromiso tienen mayores oportunidades de hacerse presentes.

Esta dinámica del escuchar necesita ser educada. Para esto no es suficiente callar, estar en “silencio mecánico”. Eso es básico, pero no suficiente. El maestro vietnamita Thich Nhat Han sugiere que “antes de escuchar a otro, necesitamos dedicar tiempo a escucharnos a nosotros mismos. Podemos sentarnos con nosotros mismos, volver a casa y escuchar qué emociones surgen sin juzgarlas ni interrumpirlas… escuchar los pensamientos que surgen y luego dejarlos pasar sin aferrarnos a ellos.”
 
Consideremos un par de significados de esta propuesta de escucharnos a nosotros mismos, como condición para educar nuestra capacidad de escucha. Por una parte, relacionarnos con nuestras propias emociones y pensamientos implica reconocer nuestros filtros automáticos en términos de sensaciones, de palabras o emociones reactivas. A la vez, implica cultivar la destreza de no quedarnos rígidamente fijados en ellos. Por ejemplo, imagina estar frente a una persona que habla con acento europeo e inmediatamente surgen pensamientos, juicios, emociones. Esa reactividad tiene tanta fuerza que tiñe toda la interacción con el interlocutor. Pero si nos hemos escuchado a nosotros mismos y conocemos nuestra reactividad, tendremos la libertad para elegir silenciarla (dejarla pasar) y abrir espacio al mensaje de la otra persona.

Por otra parte, resulta interesante notar que en nuestra experiencia cotidiana pasamos mucho tiempo conversando con nosotros mismos, escuchando nuestros pensamientos, experimentando nuestras sensaciones y emociones. Sin embargo, no nos damos cuenta de ello y somos poco conscientes del nivel de reactividad que tienen. Es posible que al reconocer y habernos relacionado con nuestras sensaciones, pensamientos y emociones, obtengamos mayor flexibilidad para dejarlos pasar y obtener mayores espacios para escuchar.

Entrenarnos en la capacidad de escucharnos a nosotros mismos (notar, reconocer, sostener y dejar pasar) abrirá mayores espacios para escuchar a quienes nos rodean.

Algunas sugerencias para educar la capacidad de escucharnos a nosotros mismos:
1.
Dedica un tiempo para notar, reconocer y hablar con las sensaciones de tu cuerpo.
2. Escucha tus pensamientos con curiosidad y pasa de uno a otro. Reconócelos como un producto de tu mente.
3. Dedica algunos minutos para escuchar las emociones que surgen y obsérvalas. Puede ser útil notar si se asientan en alguna parte de tu cuerpo, por ejemplo, en la garganta, en el estómago o en otro lugar.
4. Cuando notes alguna sensación, pensamiento o emoción, haz el ejercicio de sostenerla durante unos instantes sin hacer juicios sobre si es bueno o agradable, simplemente sintiendo lo que experimentas.
5. Haz el ejercicio de dejar pasar los pensamientos, sensaciones y emociones, como un observador que está mirando el cielo y ve cómo las nubes son movidas por el viento. Algunas personas encuentran útil la respiración para acompañar el movimiento de dejar pasar.

Oscar Giménez
Prof. de Mindfulness, master coach,
experto en Desarrollo Organizacional
Director en H-Connection
Instagram @oskar_coach
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