ESPECIAL PARA ESTAMPAS
Álvaro Montenegro
Tachy es lo que uno puede llamar, con toda propiedad, una mujer hecha a punta de esfuerzo y de tenacidad. Comenzó muy joven, desde niña, a descubrir su vocación por el servicio: “Quiero decirte que mi necesidad de servir nació en casa de mi abuela en Maracaibo. Yo tenía cinco o seis años y ella me pedía que la ayudara a servir el café cuando sus amigas la visitaban. Mi abuela me explicaba cómo servirlo bonito, a que no se me derramara, y muchas cosas más. Me enseñó el arte de servir”. Así aprendió que sirviendo bien, podía hacer feliz a alguien. Desde niña se dio cuenta de que eso era para ella: “Yo nací para servir, y hoy después de 37 años trabajando en la hotelería, puedo decir que el buen servicio no da felicidad solamente a quien lo recibe, sino también a quien lo brinda”
¿Cómo evolucionó su carrera hotelera?
El comienzo fue en casa de su abuela, a los siete u ocho años, organizando fiestas para sus muñecas. Luego estudió inglés en el Centro Venezolano Americano del Zulia, y “Dios me guió hacia el hotel Del lago Intercontinental, donde comencé como pasante a los 16 años”. La jovencita quedó deslumbrada por el glamour del lobby, de los salones y de la piscina. En el hotel no se hablaba español, por la cantidad de ejecutivos petroleros de la Creole que llenaban el establecimiento. Al entrar por primera vez supo que nunca más trabajaría en ninguna otra actividad económica. “Comencé en el hotel Del Lago a los 16 años, y luego pasé a la cadena Eurobuilding donde tengo 32 años ininterrumpidos. Aquí sigo todavía”.
¿Y cómo sucedió esa mudanza a Caracas?
Mi mudanza fue anecdótica, porque yo había venido pocas veces a esta ciudad de paseo con mi madre. El señor Joaquín Gómez, quien trabajaba en el hotel Del Lago y abrió el Eurobuilding Caracas, me propuso que le ayudara con la apertura. “Caracas, comparada con Maracaibo, me parecía fría y oscura. No me gustó la frialdad de la gente en el autobús, así que me venía de Bello Monte al hotel caminando. Casi me quise devolver y lo conversé con mi mamá, pero el señor Gómez me aconsejó que no le diera importancia. Así comencé a amar a Caracas, a su gente, y al Ávila”.
“A pesar de mi arraigo maracucho, que lo tengo completo, Caracas me enamoró”