Caracas: ¡Aquí es, aquí es!
En la capital hubo de todo: desde pasar tres días rezando hasta solo sacar a pasear a los niños, pasando por los elegantes palacios, el baile con negritas y el baño con agua

REDACCION ESTAMPAS

24/02/2020 08:00 am



Yandris Saldivia

Los carnavales son una celebración popular que proviene de fiestas paganas debido a que se realizaban en honor a Baco, el dios romano del caos, la fiesta, el vino, las saturnales y las lupercales romanas. Algunos historiadores explican que su origen se remonta a la Sumeria y el Egipto antiguos, hace más de 5.000 años, con fiestas muy parecidas a las del imperio romano y de allí su expansión por Europa hasta llegar a la cultura latinoamericana. 


En Venezuela, las tradiciones llegaron con el proceso de la conquista y trajeron consigo la costumbre del juego con agua, harina, huevos y otras sustancias. Con el Obispo Diez Madroñero, en 1756, los carnavales caraqueños se convirtieron en tres días de rezos, rosarios y procesiones por considerarlos unas fiestas pecaminosas. Sin embargo, con la llegada del intendente José de Ábalos (1777-1783), el carnaval volvió pero en un tono más refinado, con comparsas, carrozas, arroz y confites, dejando el juego con agua para la plebe y los esclavos.

El carnaval elegante se profundizó durante el mandato de Antonio Guzmán Blanco. Conocido por sus costumbres afrancesadas, el gobernante llevó los bailes a los elegantes salones y sustituyó el agua por perfumes y confettis y muchos aires cosmopolitas.


A principios del siglo XX, en tiempos de Juan Vicente Gómez, el feriado carnestolendo tomó aires de solemnidad y recato pues la gente salía a las calles, de forma obligatoria, a ver los desfiles como si fueran una procesión.

Pero fue durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez que el carnaval caraqueño vivió una gran explosión pues nacieron los “templetes” y las fiestas se extendieron de las calles a los clubes y hoteles. A mediados de los años cincuenta y hasta finales de los sesenta apareció un nuevo elemento: las famosas “negritas”, mujeres que escondían su identidad en el disfraz para disfrutar sin complejos; se popularizó la frase “en el Ávila es la cosa”, y por lo menos 40 orquestas extranjeras visitaban la ciudad. La gente se apostaba en las aceras y gritaba “¡aquí es, aquí es!” esperando recibir caramelos de las carrozas que desfilaban, especialmente por los bulevares de Catia y Sabana Grande.

Ya en las postrimerías del siglo XX, las fiestas carnavalescas de Caracas se fueron enfriando quedando solo para los niños, quienes aún hoy aprovechan la ocasión para lucir los trajes de sus personajes favoritos. Sin embargo, en el interior del país se mantiene la tradición y son particularmente famosos los carnavales de Carúpano (en Sucre), El Callao (en Bolívar) y la Feria del Sol (en Mérida), entre otros.