Empecemos por valorar todo lo que aprendimos, aunque haya sido inesperado, difícil o doloroso, porque seguramente esas experiencias serán las que más nos enriquecerán como seres humanos y nos ayudarán a crecer; recordemos lo que dejamos pendiente de afrontar y resolver, de manera que no sigamos postergando o evadiendo hacerles frente para cerrarlas definitivamente; dejemos de esperar a que otros se hagan cargo de nuestras responsabilidades o de nuestra felicidad; tengamos el valor de terminar con aquellas situaciones o relaciones tóxicas que tanto daño nos han causado; desarrollemos la voluntad y la motivación necesarias para hacer cambios en nosotros y en nuestro estilo de vida, que nos ayuden a sentirnos plenos y satisfechos, y asumamos las riendas de nuestra vida, el compromiso de hacer cuanto sea necesario para alcanzar las metas y el propósito que nos hemos planteado para construir la vida que tanto deseamos.

En este nuevo ciclo, no permitamos que el estrés con el que vivimos, el temor que nos hace sentir amenazados, el dolor que hayamos sufrido o el pesimismo con el que miramos hacia el futuro en un momento dado, nos impidan reconocer y valorar todas las cosas buenas, bellas, simples, especiales, gratas e importantes que nos suceden cada día.

Definir un propósito. 

Encuentra y define qué es eso que te gustaría hacer, a qué te gustaría dedicarte durante los próximos 365 días de un nuevo año; define una estrategia y luego, busca los recursos que te hagan falta para lograrlo. Todos deberíamos darnos la oportunidad de hacer aquello que nos gusta tanto, que podríamos dedicarnos a ello, aun, sin que nadie nos reconociera o nos pagara por hacerlo. Definirlo, le da dirección y sentido a esta nueva etapa de vida.

Hacer un inventario de todo lo que viviste durante el año. 

 Vale la pena reflexionar sobre lo que vivimos durante el año que acaba de terminar, para rescatar y resaltar lo que aprendimos, descubrimos o fuimos capaces de lograr para fortalecernos y suavizar nuestra experiencia de vida, y también, para reconocer lo que todavía sigue siendo un pendiente por superar, soltar o resolver, de manera que podamos enfocarnos en reunir las herramientas de todo tipo que sean necesarias, para cerrar con ellos. Conservemos lo positivo y soltemos lo que fue negativo.

En lugar de imaginar y proyectar lo negativo, comienza a imaginar todo lo bueno y lo positivo que sucederá, y en que tendrás las fortalezas y la capacidad para afrontarlo y resolverlo. Distraer los pensamientos negativos, te ayudará a cambiar la perspectiva de la situación que enfrentas, haciendo que te sea más sencillo reconocer todo lo positivo que está presente para que la puedas manejar asertivamente. Además, mantener una actitud positiva y optimista, siempre hará que tu experiencia de vida sea más fluida y más suave de llevar.

Aprender a interpretar lo que sucede de una manera diferente. 

Sabías que las situaciones no nos afectan por lo que son en sí, sino más bien, por la forma en la que cada uno de nosotros las interpreta, de ahí, la importancia que tiene aprender a ver cada experiencia desde una óptica diferente, poniendo un poco de distancia entre nosotros y la situación, para responder o actuar sin emociones, de una manera más objetiva, serena y asertiva.

Inclusive, tal vez para descubrir que en realidad no es tan grave ni tan difícil como pensamos inicialmente y que por el contrario, pudiera representar una oportunidad, una alternativa o una posibilidad para un nuevo comienzo o una nueva experiencia de vida. Actúa desde la calma y no desde la angustia.