¿Cedo o me sacrifico?
Las relaciones humanas son complejas porque los individuos somos muy diferentes, por ello a la hora de establecerse interpersonalmente resulta complicado alinearse

ATENEA ANCA

27/05/2022 06:00 pm



El otro día una buena amiga me contaba que hizo un viaje con una compañera de trabajo. El motivo del viaje era divertirse en Las Vegas. Ella sólo conocía a su compañera en el rol laboral y una que otra salida social de no más de 3 horas pero hasta ese entonces, la relación era muy fluida y agradable. Todo parecía indicar que el viaje sería muy divertido y relajado. Sin embargo, toda la percepción cambió cuando la noche antes del viaje se comunicaban sobre qué meter en las maletas. Ya mi amiga notó en esa conversación una tendencia problemática y dependiente en la toma de decisiones de su compañera de viaje. Sin embargo, ella se aseguró de ir con la mejor actitud para disfrutar. Pero lo que ocurrió esa noche con las maletas fue lo que definió todo el viaje. Dos personas muy diferentes intentando tomar constantes decisiones y buscando la manera de ambas disfrutar a lo grande esta experiencia. Mi amiga creía que debía aguantar todas las incomodidades y desear que el tiempo pasara rápido. Pero ¿y su disfrute no era importante? La verdad es que sí lo era pero evitar conflictos se colocó como prioridad y aunque intentó ponerle uno que otro límite a la asfixia de una persona que no quería despegarse ni para ir al baño, resultó poco efectivo y llegó absolutamente cansada de esta compañera que no se ganó el título de amiga.

Si lo analizamos bien, es muy probable que esta situación de estar donde no quieres estar o con quien no quieres estar haciendo lo que no quieres hacer, ocurra múltiples veces al día con diferentes personas y es nuestra tarea aprender a no traicionarnos. Por eso, es muy importante saber diferenciar “ceder” de “sacrificar”. Entremos a una categoría general: las cosas que no nos gusta hacer. Allí nos podremos encontrar dos tipos de cosas: (1) las que no nos gusta hacer pero no generan ningún impacto emocional importante; y (2) las cosas que no nos gusta hacer y qué significan algo muy molesto para nosotros. Es decir, las primeras no nos gustan pero no pesan y las segundas nos resultan irritantes. Por ejemplo, a mi no me gustan mucho las películas de época pero no me generan mayor malestar, simplemente me aburren un poco. Esto me lleva a entender que puedo ceder e ir algunas veces al cine a verlas. Pero las películas de terror me generan malestar, me estresan, salgo más tensa del cine de lo que entré y no me hacen sentir nada cómoda, por lo tanto, si aceptara ir a verlas, me estaría sacrificando.

Es decir, estoy planteándoles que podemos ceder pero no debemos sacrificarnos. Cuando cedemos, entendemos que unas veces nos toca a nosotros salir favorecidos y otras veces a los demás, pero nadie sufre. Mientras que, cuando nos sacrificamos, al haber un malestar importante, se genera una especie de resentimiento que, o nos aleja emocionalmente de quien propuso el plan, o nos hará querer desquitarnos la próxima vez. En esta fase y siguiendo el ejemplo anterior, yo querría que quien me llevó a ver la película de terror, haga algo que no le guste nada sólo porque sería lo justo: ver la película más cursi de la historia.

Así que ya saben, ceder es importantísimo para poder vivir en sociedad pero sacrificarnos no traerá nada bueno, por lo que es indispensable saber identificar cuándo sí y cuándo no. Y claro, cuando queramos evitarnos un sacrificio por amor o propio, deberemos ser muy sinceros y decir un “no” a tiempo.

Clínica de la Pareja: @clinipareja