Karl Krispin: la intelectualidad con clase
En esta entrevista exclusiva exploramos el lado más humano del consumado escritor venezolano, enérgico defensor del buen castellano

ESTAMPAS

30/07/2021 06:00 pm



Álvaro Montenegro

Al verlo entrar en la pastelería de vanguardia en la caraqueña urbanización Las Mercedes, donde nos encontramos para conversar, resultó imposible para los que estábamos sentados en las mesas dejar de notar la presencia del escritor, licenciado en Letras, profesor universitario y abogado Karl Krispin. Su altura lo delató, además de su impecable blazer azul que contrastaba armónicamente con un pañuelo blanco doblado muy correctamente en su bolsillo delantero. La voz profunda, pausada y desprendida, además de cada movimiento, ademán y gesto de Krispin, quien llevaba un peinado impecable, revelaban una pulcritud prusiana y una clase distinguida que se nota componen su mundo de vida desde niño. En todo ese conjunto de características humanas no se advertía ningún tipo de afectación, lo cual resulta aún más sorprendente en esta era de informalidad y relajamiento de la etiqueta. Si la Guerra de Independencia no hubiera borrado la aristocracia en Venezuela, Krispin seguramente sería un perfecto exponente de la intelectualidad de esa casta. Sus orígenes maternos nos llevan a los aguerridos generales José Gregorio Riera, presidente del estado Falcón en 1872, y su hijo Gregorio Segundo Riera, quien además de haber sido presidente del mismo estado en 1898, participó en la Revolución Libertadora con Manuel Antonio Matos para derrocar el gobierno de Cipriano Castro. Por otro lado, su sello prusiano viene del ancestro alemán que evidencia su apellido, quien llegó en un vapor al oriente del país por la isla de Trinidad.


Su perfil humano indica que si hubiera existido en la antigüedad tardía, Krispin encajaría en el modelo epistolar de San Jerónimo de Estridón, ese padre de la iglesia que vivió entre los años 240 y 420, iluminando con sus escritos a la aristocracia cristiana en Roma por medio de traducciones de la Biblia con un lenguaje de mucha altura, y describiendo el significado cultural del encuentro entre cristianos y bárbaros. “Como escritor, yo tengo una especie de obsesión con las palabras”, admite sin ningún tapujo, fascinación que no duda en enlazar al conocimiento del mundo: “Descubrir los vocablos que nuestra lengua nos ofrece ayuda a desarrollar nuestra capacidad creativa, y garantiza que en la medida que utilicemos más esos vocablos, tendremos una perspectiva aún mayor del mundo. Estoy de acuerdo con el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein, quien afirmaba que el mundo es del tamaño de nuestro lenguaje”.


Construye sus personajes con vida propia

Pandemia productiva
Con esa fuerza de voluntad que solo se nota en las personas optimistas, Krispin no dejó de producir durante la crisis sanitaria que comenzó en el año 2019: “Para quienes nos dedicamos a la vida intelectual, la pandemia de una u otra forma nos vino como anillo al dedo. Si antes yo leía unas 3 horas diarias, ahora leo entre 6 y 7 horas. De modo que en medio de la contrariedad, hemos legitimado nuestro encierro por medio de mayor dedicación a la labor de lectura, de la investigación y de la escritura”. Dos de sus publicaciones aparecieron en el año 2020: Su cuarta novela, Ve a comprar cigarrillos y desaparece, y el ensayo ¿Es posible leer la Montaña Mágica en nuestros días?, que compila algunas de sus publicaciones en el portal español de libros Zenda. “Claro, una cosa es cuando uno escribe el libro, y otra es la fase de correcciones, de dejarlo como uno quiere que quede”. El secreto creativo de este intelectual es más fácil de lo que parece: “Yo escribo todos los días sin excepción. Si uno no escribe todos los días se pierde el oficio, esa gimnasia, esa calistenia, ese entrenamiento que uno debe tener para la escritura. Y no necesariamente porque escribas todos los días mejorará el oficio. Tienes que tener un mínimo de talento otorgado por la naturaleza”, suelta con una risa franca y profunda, que no deja de tener un viso de humor punzante.
“Cuando me preguntan por la inspiración, contesto que la inspiración no existe. Lo que existe es el trabajo”. Dice como si estuviera dirigiéndose a sus estudiantes universitarios.

El escritor muy caraqueño
Se nos ocurre comparar a Karl Krispin con la Quinta Anauco, por su esencia caraqueña aderezada con mucha serenidad, raigambre, distinción y optimismo. Al preguntarle en qué clase de mundo le gustaría despertarse mañana, como se preguntaba el personaje Max Moro de su novela “La advertencia del ciudadano Norton”, contesta sin vacilaciones: “Me gustaría despertarme exactamente en la ciudad donde vivo”. Este hombre que nos asegura que su razón de ser es escribir, y que si fuera un objeto sería un libro, no duda en calificar al Valle de Caracas como el lugar más hermoso de Venezuela, y de pensar que si algún día se retira le gustaría hacerlo en esta ciudad. Con esa tranquilidad de las personas que se sienten contentas consigo mismas, el alma del escritor se asoma entera cuando afirma que “Nunca he tenido hobbies. Yo lo que hago es leer y escribir”. Además, está claro en que lo que le emociona es plantearse proyectos todos los días, y le molesta no realizar alguno. ¿Algún defecto confesable? “A veces suelo pecar de intolerante”.


Sus orígenes maternos nos llevan al aguerrido general José Gregorio Riera, presidente del estado Falcón en 1872

Su personalidad circunspecta y cálida a la vez se adivina al admitir que nunca tuvo sobrenombres de niño, pero sí muchos perros, que de paso lo mordieron varias veces por ser absolutamente tremendo. No es que me escogían a mí de víctima ni mucho menos”, suelta entre risas. Sus primeras lecturas fueron cuentos de hadas y “alguna enciclopedia que comencé a revisar”. No recuerda algún miedo infantil, salvo el de perder a su madre: “Una vez se tardaron en buscarme en el Colegio Humboldt, y sentí ese temor inocente tan común”. ¿Tu ambiente preferido para pasar en familia? “Mi casa, o la casa de mis hermanos”. Tiene su plato predilecto desde niño, que es la polenta venezolana. “Mi madre solía preguntarme en cada cumpleaños, que en esa época se celebraba solo con la familia, cuál plato quería que me preparara. Yo siempre contesté lo mismo: polenta”.

Al nombrarla se nota en su expresión que su madre se dedicaba enteramente a sus 4 hijos. Karl, ¿y cuál era tu canción favorita en la niñez? contesta entusiasta que recuerda “Allá en el rancho grande, allá donde vivía… Te voy a hacer tus calzones, como los usa el ranchero. También me gustaba Cielito Lindo: Ese lunar que tienes cielito lindo junto a la boca”. Eso sí, no le gustaban o no le gustan las estridencias: “Te diré algo que probablemente no sea del todo celebrado; conservo un récord particular de no haber ido nunca a un concierto de rock o de pop en mi vida, porque nunca me interesó”.
Probablemente porque su padre, ingeniero civil, les hacía escuchar una hora diaria de música clásica, y les explicaba sus particularidades. Desde niño se fue moldeando esa inclinación del vástago por las buenas interpretaciones, y por la sensibilidad más exquisita: “Mis padres estaban absolutamente seguros de que yo iba a ser varón, porque soy el primogénito”. Debe ser por eso que contesta convencido que si no hubiera sido escritor, le hubiera gustado ser director de orquesta. ¿Y cuál es el sonido que detestas escuchar? “Toda alteración al sonido me molesta un poco”.

Su vocablo venezolano favorito es zaperoco, “me encanta esa palabra”. De niño le gustaba pasar vacaciones en la playa – Puerto La Cruz o Puerto Píritu – y naturalmente los ambientes que detesta son los del griterío y la vulgaridad. Karl además tiene una colección de olores que lo transportan a su infancia: “De cada época hay un olor particular. Cuando iba a casa de mis primos a pasar vacaciones, oliendo mi ropa recordaba a mi casa”, y cree con la mayor convicción que lo mejor de Venezuela es “ser venezolano”.


Por otro lado, su sello prusiano viene del ancestro alemán que evidencia su apellido, quien llegó en un vapor al oriente del país por la isla de Trinidad 

La lectura siempre tiene que ser un placer y no una obligación
Este escritor, que si pudiera reencarnar en una planta lo haría en un pino “porque está enraizado en la tierra, me gusta su olor, es mi árbol favorito”, y no lo haría en un cactus “porque tiene espinas”. Afirma que casi todas las campañas para promocionar la lectura “fallan precisamente porque no la vinculan a lo hedonista que puede tener la literatura”. Karl goza con la lectura y no la ve como un deber: “Si te dicen que tú tienes que leer este libro, entonces uno se siente como si no ha cumplido una obligación. Como si no ha terminado de hacer una tarea”. Con esa respuesta viene la inevitable pregunta sobre cuál es la lista mínima de libros que recomienda tener en la biblioteca de sus estudiantes universitarios. Contesta comenzando con la Ilíada, Don Quijote de la Mancha, La Montaña Mágica de Thomas Mann, las obras de Jorge Luis Borges, algún libro del colombiano Álvaro Mutis. “Esa es una de las grandes amistades literarias que he hecho en mi vida. Un amigo entrañable. Hace muchos años estaba en una librería, y vi la portada de una de sus novelas fuera de serie llamada Ilona llega con la lluvia. La publicación de la editorial Diana de México, traía un magnífico lienzo de Edward Hopper. No solté el libro, sino hasta terminarlo. Mutis es uno de los grandes novelistas de nuestra época”.

Sigue la lista de sugerencias literarias con Madame Bovary de Gustave Flaubert, La noche del oráculo de Paul Auster, y La conjura de los necios de John Kennedy Toole, “una de las grandes novelas estadounidenses que se ha publicado en el siglo XX. Daré una conferencia en octubre sobre ella”.
¿Entonces es posible leer la Montaña Mágica en nuestros días? “Absolutamente posible y altamente recomendable, porque más allá de la pregunta que no se circunscribe a saber si uno puede leer un libro de más de mil páginas, la Montaña Mágica representa el reto de mirar a la literatura en términos de la revelación que ella ofrece como entrega”.

Al leer a Karl Krispin, es imposible pasar por alto que conoce los pliegues más íntimos del “savoir-vivre” y los disfruta en una forma diáfana, trayéndolos de una u otra forma a sus obras. Amante de París: “En casi todas mis novelas aparece París. Me resulta una ciudad maravillosa, y hay que visitarla cada vez que se pueda. Como dice la célebre frase: Siempre quedará París. Víctor Hugo aseguraba que si pones el oído en la plaza de La Concordia, escucharás el latido del mundo”.


Califica al Valle de Caracas como el lugar más hermoso de Venezuela

Karl construye sus personajes con vida propia y pensamientos autónomos, “aunque todos tengan parte de las huellas dactilares de uno. Pueden ser parecidos, pero nunca la reproducción de uno porque entonces haríamos una galería de libros desde distintas miradas del espejo de uno mismo, cosa que no tendría mayor atractivo”, dice con una aguda sonrisa. Confirma su idea con esta referencia: “El escritor italiano Umberto Eco decía que cuando los personajes comienzan a respirar y a tener vida propia, hay que dejarlos crecer porque si no la novela se cae”. Debe ser por eso que María Silvia, heroína de su última novela, “Es un personaje muy particular. Se ha divorciado no solo de Esteban, sino de su nacionalidad también. Tomó una decisión y echó su cédula al mar, en este caso el río Sena. Desafortunadamente tiene las características de una venezolanidad apóstata. Ella renuncia a lo que es. No entendió cómo debe ser la verdadera resistencia. He conocido personas como ella”.
 
Este intelectual cuya palabra preferida es la mañana y la que más detesta escuchar es “mierda”, explica que los obstáculos desaparecen dependiendo de algún encuentro casual, como escribió en su novela “Con la urbe al cuello”, porque “Hay un elemento que uno no puede controlar en la vida, que es el azar. La casualidad es una de las cosas más fascinantes que tiene la vida, porque es probablemente uno de los pocos elementos que nuestro arrogante cartesianismo y racionalismo no pueden controlar. Hay circunstancias de la vida que solo el azar puede explicar, precisamente por su condición irracional”.
 

"Hemos legitimado nuestro encierro por medio de mayor dedicación a la labor de lectura, de la investigación y de la escritura” 
 
Le gustaría ser recordado por sus libros, exclusivamente
A la pregunta de cuándo nació su vocación de profesor universitario, contesta sin ningún tipo de ínfulas: “La que me empujó a ser profesor fue mi mujer, Adriana, quien siempre ha sido una persona muy positiva y me ha apoyado mucho. Un día me dijo que le daba la impresión de que yo sabía mucho, y que le parecía el colmo que no lo compartiera. Le hice caso, y mi carrera como profesor nació por ella. Creo que he debido hacerle caso mucho antes”, dice entre risas y con cierta picardía. Y al preguntarle por su vocación de trabajo voluntario para fundaciones como la Asociación Cultural Humboldt, de la cual fue presidente, y del Centro Venezolano Americano, donde forma parte de su junta directiva, responde con tranquilidad y mucho convencimiento: “Yo creo que eso nació de una rotunda vocación por apoyar la cultura y todas sus manifestaciones. Es un trabajo absolutamente fascinante. Que te paguen o no es secundario. A mí me gusta trabajar porque nuestro público caraqueño y venezolano tenga cada vez mayor acceso a los bienes culturales”.

Eso revela que este erudito, que si hubiera sido un artista le hubiera gustado pintar “La rendición de Breda”, porque tiene a su pintor favorito, Velázquez, como el pintor de pintores, y rechaza la estética de moda asegurando que el artista que nunca hubiera deseado ser es Jeff Koons, “Ese que hace unas cosas horrorosas con figuras de perros”, es un idealista en el mejor sentido de la palabra, en el más laxo. “Porque el idealismo extremo siempre consigue utopías, y las utopías le han salido muy caras a la humanidad”.
 
Aunque se revela como un ser muy humano parece no conocer la envidia: ¿Quién ha sufrido con tu éxito, Karl?, “Espero no haberle causado sufrimiento a nadie. Y si así ha sido, me parece un problema muy personal de quien sufra por eso”. ¿Y quién goza con tu éxito? contesta directo: “Mi mujer”, confesando de nuevo, a lo mejor sin saberlo, que otorga una importancia vital a la relación de pareja. Karl, y ¿cuál es el objeto que nunca hubieras deseado ser? “Un pipote”, contesta lapidario con ese humor sajón, un poco negro y muy inteligente, que no lo suelta nunca. ¿Tus primeros recuerdos? “Estar en el jardín de mi casa en San José de los Altos a los 3 años, viendo el cielo y pensando en la posibilidad de la vida eterna. Estoy hablando seriamente” ¿Y tu juego favorito cuando niño? “En esa especie de suburbio donde crecí, San Antonio, que se hizo en los años cincuenta, yo siempre andaba libre con los amigos de la cuadra. Era todo muy sano. Solamente reunirnos ya era un juego. La ere, el escondite, juegos que hoy en día pertenecen a un pasado” ¿Tus programas favoritos en esa infancia? “Perdidos en el espacio, y Batman”. Karl, ¿Y la primera película que recuerdas? “El maravilloso mundo de los hermanos Grimm”.


“Para quienes nos dedicamos a la vida intelectual, la pandemia de una u otra forma nos vino como anillo al dedo. Si antes yo leía unas 3 horas diarias, ahora leo entre 6 y 7 horas"

Cuando le preguntamos sobre sus mejores recuerdos de la infancia, contesta sin rencores: “Estuve en un kínder en San José de los Altos y luego en el Colegio Humboldt toda mi vida. Todo transcurrió normal, salvo una cachetada que me dio una profesora, que me pareció traumática. Estaba tan avergonzado que no se lo conté nunca a mis padres”. Karl, ¿Cuál es el sonido que más te gusta escuchar? “Cuando niño, las campanas del heladero. Podía estar haciendo lo que fuese, pero al escucharlo pegaba la carrera para detenerlo”.

Para terminar nuestra conversación, cerramos con otras preguntas del intelectual francés Bernard Pivot, inspirado en el cuestionario de Marcel Proust: Karl, si el cielo existe ¿Qué te gustaría que te dijera Dios al recibirte? “Hacía tiempo que te estábamos esperando”, contesta usando su risa franca de nuevo. ¿Cómo te ves proyectado en unos años? “Lo único que quiero es seguir escribiendo, más allá de todo reconocimiento”. Y ¿cuál es tu idea a futuro de Venezuela, en liquidación como la veía Esteban Caledonia? “No. Los que permanecemos acá lo hacemos por un sentido hipertrofiado de la esperanza”. Karl dinos una pregunta que hubieras querido que te hiciéramos y no lo hicimos. “No quedó ninguna por fuera, todas valieron la pena”.

Así terminó esta grata charla con un erudito que respira clase y convicción por cada poro de su cuerpo. Con sus respuestas, nos llevamos un poco de la sabiduría y la alegría madura de un hombre que está seguro de que será recordado por sus libros, y de que dejará una huella con mucho linaje venezolano en su paso por esta vida.

Karl Krispin
Instagram: @karlkrispin

Álvaro Montenegro
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Fotografias:
Yulia Spinoso C.
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