El gran espectáculo que fue Puerto La Cruz
En época de dólares baratos, rubios canadienses llegaban atraídos por nuestras playas y las fabulosas excursiones de turismo de aventura hacia El Salto Ángel y Canaima

EVARISTO MARÍN

17/02/2020 08:00 am



La noche siempre fue lo más grande de Puerto La Cruz. Con licras y multicolores plumajes, bellas chicas mostraban sus cuerpazos, danzando a un ritmo muy insinuante en el cilindro del Goldfinger. Esa barra encendía las luces de un gran cabaret entre Cieloven, la fabulosa discoteca de la calle Carabobo, la tasca show El Guatacarazo y la exquisitez gastronómica de la Bella China.

Esa época de dólares baratos fue una gran época. Rubios canadienses llegaban atraídos por las playas y las fabulosas excursiones de turismo de aventura hacia El Salto Ángel y Canaima. Desplazarse por vía aérea y marítima hacia Margarita y Los Roques era otro lindo itinerario.



El Indio Guaraúno durante una gran época 

“La fiesta no tenía tregua hasta el amanecer”, recuerda Segundo Jamenson, el Indio Guaraúno. La tasca del Meliá 5 estrellas, donde el Guaraúno se lucía con lo mejor de la música romántica, era de lo más colosal.

La carne en vara de “Las 3 topias”, con música recia llanera, exhibía frente a los comensales un toro de concreto que cada media hora descargaba un gran chorro.

“Ese es el toro que más mea desde Barcelona hasta el Orinoco”, pregonaba el Cojo Ebert J. Lira. Entre una y otra borrachera, al Cojo le gustaba contar que quería ser músico, pero se metió a periodista porque su abuelo de Petare, Germán U. Lira, siempre advertía que “no quería nietos beodos”.

En la tasca del Meliá, siempre muy atestada, se hizo un ritual que viernes y sábado “El Guarauno” alternara con artistas de renombre. Lo vimos compartir aplausos con Armando Manzanero, Horacio Dugan y Marco Antonio Muñiz, entre otros. “¿Están cansados?” preguntó Juan Gabriel luego de casi una hora de largo cantar, y cuando los parranderos gritaban, delirantes, “nooooo, noooo”, se derrumbó sobre un sillón, exclamando exhausto: “Ay, yooooo siiiiiiiiiiiii”.

Hace medio siglo, grandes inversiones inmobiliarias le dieron vida a El Morro y sus canales navegables. Parecía que al fin Venezuela y sus tropicales playas se abrían en competencia al turismo antillano. En Jamaica los hoteles ofrecían paquetes divertidísimamente rebajados. Hasta inventaron los famosos clubes de nudismo “Mediterrané”.

En Lechería, los canadienses llegaron a tener edificios de apartamentos. Ir al Puerto Libre era muy atractivo. Lo mejor de la moda y los electrodomésticos estaba allí a buen precio. Los trinitarios parecían vivir más en Porlamar que en Puerto España. Hasta los cauchos los compraban por lotes.

La historia no puede estar ajena a la diversión. En San Juan de Unare, el exquisito músico que siempre fue Tobías Álvarez enterneció a su familia cuando, próximo a morir, a muy avanzada edad, pidió el violín para despedirse con pasajes de la “Quinta Sinfonía” de Beethoven. Murió abrazado al instrumento en abril de 1945.

Felo Armas Alfonzo siempre recordaría que, al momento de la muerte de Tobías, todavía Adolfo Hitler insistía en sus peroratas radiales en exhibirse triunfador, pese a que ya las tropas aliadas y rusas avanzaban sobre Berlín.