Su muerte fue un asunto de familia
Fred Covell le gritó a la policía: “si piensan que yo asesiné a mi esposa, entonces compruébenlo”

ESTAMPAS

29/04/2022 06:00 pm



Max Haines 


En verdad que la Navidad es esa época del año cuando las familias se juntan y disfrutan las festividades. Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad y todas esas cosas. Amigos, permítanme presentarle a una familia que, indudablemente, les hará darse cuenta de lo afortunados que son con sus parientes.

Los Covell habitaban en un laberinto de casa en Bandon, Oregon. Veamos. Primero está Arthur. Hace cuatro años era un despreocupado agente viajero que amaba a los miembros del sexo opuesto tanto como disfrutaba libar una botella diaria de whisky. Lamentablemente, un accidente automovilístico lo dejó paralizado de la cintura para abajo. Estaba comprensiblemente devastado. Así pues, a la edad de 39 años, estaba confinado a un colchón. Había que cargarlo para transportarlo de un lado a otro.
 
Art siempre había tenido cierto interés en la astrología a manera de entretenimiento. Ahora, la asumía como una profesión a tiempo completo. Compilaba horóscopos, los cuales vendía a través de propaganda en revistas baratas y muy pronto se hizo con un negocio próspero, despachando desde su colchón a manera de centro de operaciones. Su hermano, Fred, compartía la gran casa con él. Fred era un exitoso quiropráctico que se empeñaba en ayudar a su hermano discapacitado, pero nada de lo que intentaba tenía resultado. El matrimonio era, para él, una especie de pasatiempo. Había marchado hacia el altar en cuatro distintas oportunidades. Su esposa más reciente, Ebba, era una dama frágil y fastidiosa que bien podía protagonizar La fierecilla domada. Pese a su desagradable personalidad, Ebba era una sobreviviente.
 
Dos de las antiguas esposas de Fred habían fallecido por causas naturales. La tercera, simplemente, se marchó. Fred tuvo dos vástagos de sus matrimonios anteriores. Su hijo Alton era un muchacho flacuchento y desaliñado que bien podría describirse como un holgazán crónico. Lucille, de 14 años, había convertido la costumbre de dormir hasta el mediodía en una vocación. ¿Se fijan? Les advertí que sus familias son un dechado de virtudes en comparación con los Novell. Los cinco Novell vivieron en molesta desarmonía durante 13 años. Para 1933, Art era un alcohólico consumado que armaba las de Caín si su botella de whisky no estaba en su colchón a la primera hora del día.

El sol resplandecía en el horizonte ese día de verano, cuando Fred se acercó a Art y le preguntó si podía leerle el futuro a su adorada esposa. Al principio, Art se mostró encantado, pero estuvo renuente a transmitirle a su hermano los resultados, y no sin razón. El futuro indicaba que Ebba moriría el Día del Trabajador. Apenas faltaba una semana.

Malehorn le preguntó a Art si sería posible 
que Fred regresara del trabajo, entrara a la 
casa, MATARA a Ebba y se volviera 
al trabajo sin ser visto. Art asintió

El Día del Trabajador amaneció brillante y despejado. Fred desayunó antes de marcharse a su consultorio. Le había dicho a varios pacientes que estaría allí todo el día, de ser necesario. Salió mientras Alton y Lucille transportaban al tío Art en su colchón hacia el césped para que hiciera sus horóscopos. Ya hacia el mediodía, Lucille sintió hambre. Entró y grande fue su sorpresa al encontrar a Ebba yaciendo en el piso. Se lanzó hacia fuera y, con la ayuda de Alton, cargaron con Art y su colchón para adentro. Art le tomó el pulso a Ebba y declaró que su cuñada había fallecido.

Art, quien estaba medio borracho porque apenas era mediodía, intentó comunicarse con su hermano por teléfono. No hubo respuesta en el consultorio. Llamó a los pacientes, pero todos le dijeron que no habían tenido ninguna cita con el doctor Fred, como tampoco habían pasado por su consultorio. Finalmente, Art lo ubicó en su sitio de trabajo a eso de las 3:00 de la tarde. Cuando le dijo que su esposa había muerto, Fred resolvió regresar a la casa.



El hombre confirmó que su esposa estaba muerta, como si nadie se hubiera percatado. En su debido momento, llegó el encargado de la funeraria y retiró el cadáver. Art, cuya botella de whisky ya estaba bastante precaria, indagó vagamente sobre cuándo se realizaría el funeral. Le contestaron que al día siguiente.

A la mañana siguiente, muy temprano, Art por poco se cayó del colchón cuando Fred se dirigió a su consultorio de la manera usual. Le causó extrañeza que su hermano cumpliera con el horario de trabajo en la mañana cuando su esposa iba a ser enterrada en la tarde.

Un comisario llamado Malehorn llamó a la casa de los Novell. Le informó a Art que Ebba presentaba unos desagradables moretones cerca de sus labios, lo que indicaba que algún agente irritante había hecho presión sobre su boca. El comisario quería saber por qué un quiropráctico como Fred había dejado de mencionar ese detallito. Curioso, Malehorn, le preguntó a Art si sería posible que Fred regresara del trabajo, entrara a la casa, matara a Ebba y se volviera al trabajo sin ser visto. Art asintió. El doctor Fred fue interrogado. Negó que su teléfono hubiera sonado varias veces, como declaró Art. Sí había sonado a las 3:00 p.m. y él había contestado. Alegó que tenía mala memoria y que no recordaba a cuáles pacientes les había dicho que pasaran por su consultorio.

Efectivamente había notado que el cuello de su esposa estaba fracturado, pero se lo atribuyó a una caída por la escalera y supuso que eso era la causa del deceso. Cuando la policía presionó, Fred gritó: “si creen que asesiné a mi esposa, entonces compruébenlo”.
 
Los investigadores sabían que no tenían pruebas suficientes para obtener una condena, pero arrestaron a todos los miembros de la familia. Cada uno de ellos fue alojado en una celda por separado. Todos se aferraron a sus versiones originales. Un detective privado llegó para asistir a la policía. Al joven se le ocurrió una brillante idea, aunque no tan limpia. Hizo que un periódico local sacara una edición con un titular fingido, que decía: “Covell se confiesa”.

Le mostraron el diario a Alton. Por poco se cayó de bruces. Empezó a contarle a la policía acerca de la intensa aversión que sentía su tío Art por su madrastra Ebba. El disgusto se había convertido en odio cuando ella le reñía a Art. El muchacho prosiguió diciendo que el tío ejercía un extraño y fuerte dominio sobre él. Cuando le dijo que matara a Ebba, siguió las instrucciones al pie de la letra. Compró amoniaco y lo colocó en la boca de la mujer. Alton no estaba consciente de su propia fortaleza. Mientras le administraba el amoniaco a la fuerza, le fracturó el cuello. Confrontado con la declaración de Alton, Art confesó. Parte de su confesión decía: “Tanto Alton como Lucille estuvieron bajo el control de mi mente y hacían mi voluntad. Nunca alegaron ni pensaron si la acción era buena o mala, ya que yo tenía una total influencia sobre ellos. En lo que a Ebba respecta, le dije a Alton que la quería fuera de circulación. Le expliqué cómo lo haría: sin violencia y con amoniaco. Mi hermano Fred es absolutamente inocente. Lucille es inocente. Alton, en sí, es inocente. Yo impuse mi voluntad sobre él e hice que procediera en mi lugar”. Alton fue enjuiciado, declarado culpable y condenado a cadena perpetua. Estuvo 10 años en la cárcel y aún siendo joven lo liberaron.