El Bígamo logra deshacerse de la incompasible Hannah
Otra historia de crimen ambientada en los páramos ingleses

ESTAMPAS

26/11/2021 06:00 pm



Max Haines 

Los páramos que se extienden por el norte de Inglaterra tienen algo particularmente aterrador. Estas tierras inhóspitas han sido el cementerio preferido de varios asesinos a lo largo de los años.
 
¿Quién no recuerda los espantosos crímenes cometidos por Ian Brady y Myra Hindley, que enterraban a sus víctimas en Saddleworth Moor, un área azotada por el viento? Pero mucho antes de que apareciera este dúo profano, hubo otros asesinos igualmente
peligrosos.
 
En 1918, Al Burrows, un peón de 57 años, se vio en aprietos. Tenía una esposa en la ciudad de Glossop cuando comenzó a salir con Hannah Calladine. Puede que “salir” no sea el término correcto, pues Al hacía mucho más que eso. Lo sé a ciencia cierta, ya que en una típica tarde lluviosa de Inglaterra, Hannah le contó a Al que estaba embarazada. Ella vivía en Nantwich, a unos 64 kilómetros de Glossop, con Elsie, su hija de dos años. Hannah nunca supo exactamente quién era el padre de la pequeña, si bien este hecho tiene poca relevancia. Sólo pensé que estarían interesados en conocer algo sobre la vida de Elsie en esta historia.
 
Al estaba fascinado con la trama. Hannah lo trataba bien, mucho mejor que la gruñona de su esposa. Además, la señora Burrows no podía sentirse ofendida por algo que desconocía. Él tenía la solución perfecta para sus problemas: se casaría con Hannah.

Podrían opinar que era imposible, pues ya estaba casado. Tienen razón en parte. Realmente no podía, pero lo hizo. 

La verdadera señora Burrows se enteró de las andanzas de su marido. Estaba inconsolable, ofendida y enloquecida, y lo denunció en la jefatura de policía de Nantwich, donde, de una manera muy flemática, lo acusaron de bígamo. En febrero de 1919 lo declararon culpable de bigamia y lo condenaron a seis meses de prisión. Cumplió la condena.
 
Tras ser liberado, buscó a Hannah con miras a continuar la relación, pero ella ya no estaba interesada. Más bien, hizo que todo el peso de la ley cayera sobre Al, a quien parecía haberle ido de mal en peor. Sólo quería una pensión alimentaria para ella y su bebé recién nacido. El tribunal le concedió siete chelines a la semana.
 
Al nunca se atrasó en el pago de la suma que había estipulado el tribunal durante varias semanas, hasta que se cansó del acuerdo y dejó de pasar la pensión. Hannah, sin compasión alguna, lo denunció ante las autoridades. De allí que Al volviera a parar tras las rejas. Esta vez estuvo preso 21 días. 

A la tercera va la vencida. Apenas salió de la cárcel, se dirigió inmediatamente hacia Glossop, donde se encontraba la legítima señora Burrows. Todo iba de las mil maravillas cuando, de repente, Hannah se presentó con Elsie y el pequeño Albert. Ni siquiera tocó la puerta; entró donde los Burrows como Pedro por su casa. 

La señora Burrows nunca se había sentido tan insultada en su vida. En un arrebato de ira, corrió directamente hacia la jefatura de policía, donde solicitó una pensión alimentaria de su esposo. Entretanto, se quedó en la casa de una amiga, la señora Streets, mientras que la prepotente Hannah ocupaba la suya. Al parecer, todas las mujeres que pasaron por la vida de Al insistieron en que él los mantuviera a todos, tanto a ellas como a sus hijos. En retrospectiva, era lo más justo. Desafortunadamente Al no veía las cosas del mismo modo. Llegó a pensar que la mejor manera de salir de apuros era matando a Hannah y a los niños.



Puso manos a la obra. El lunes 12 de enero de 1920, la señora Streets lo vio paseando junto a la pequeña Elsie por el páramo. Al cabo de unas horas, éste se presentó en su casa buscando a su esposa. La señora Streets, que era una sabuesa, inmediatamente se dio cuenta de que Al ya no estaba con la niña. Le dijo que su esposa había salido a trabajar, añadiendo sarcásticamente: “para poder mantenerse”. Era verdad. La señora Burrows trabajaba medio tiempo como empleada doméstica en la casa de un tal señor Dale. 

Quedó satisfecho con la explicación que le dieron. Luego, llamó al hermano del señor Dale y le pidió el favor de que le diera un recado a su esposa. El mensaje era: “Hannah está encargándose de las labores domésticas en la casa de un viudo a cambio de las tres comidas y una cama para ella y sus dos hijos”. 

Cuando la señora Burrows se enteró de que Al estaba haciendo todo lo posible por reconciliarse, no sabía si transigir o no en su posición. Él era un mujeriego y un mentiroso empedernido, pero no pasó una semana cuando todo se había olvidado. 

La señora Burrows regresó a su casa junto a Al, su verdadero amor. Claro está que ella sentía cierta curiosidad. ¿Dónde estaban Hannah y los niños? Ante esta pregunta, Al le daba cualquier respuesta que se le ocurriera. A veces le decía que estaba trabajando en una tienda en otra ciudad. Otras veces, que le había jurado a Hannah que no le contaría absolutamente a nadie sobre su paradero. Sin embargo, estuvo muy cerca de la verdad cuando le comentó que “ella no regresaría a Glossop nunca más”. 

Todo parece indicar que Hannah, en su afán por comenzar una nueva vida, había olvidado empacar algunas prendas de vestir. Con mucha cautela, Al vendió todas sus pertenencias. Al recibía cartas de vez en cuando, supuestamente de Hannah. Les decía a su esposa y a algunos amigos que ella estaba bien. Incluso les mostró una fotografía del pequeño Albert, quien todos sabían era su hijo. 

Con los años, empezó a escribirles a los parientes de Hannah para mantenerlos informados sobre su estado de salud y la de sus hijos. Hannah estaba bastante bien, gracias. Conoció a un hombre del que se enamoró y con quien se casó. Él tenía un buen empleo. De hecho, ella gozaba ahora de un nivel de vida mucho mejor del que tuvo alguna vez. 

Al no veía las cosas del mismo modo. 
Pensaba que la mejor manera de salir de apuros era MATANDO a Hannah y a los niños

En ocasiones, los viejos amigos de Hannah recibían cartas supuestamente escritas por ella misma. En el las, alardeaba de su nuevo esposo y de la gran vida que se estaba dando. 

El domingo 4 de marzo de 1923, el niño Thomas Wood desapareció. En el curso de la pesquisa, la policía interrogó a Al. Lo habían visto con el niño en
Symmondly Moor. En vista de que fue la última persona conocida con quien vieron al menor, le pidieron que indicara el lugar exacto del páramo donde había sido visto con el niño. Los agentes notaron que el lugar estaba cerca de un pozo que servía de ventilación a una mina abandonada.

Buscaron en el pozo y encontraron el cadáver del niño Wood. Había sido víctima de abuso infantil antes de ser asesinado. No sólo encontraron a Thomas sino también otros tres cadáveres que estaban sumergidos en el pozo. Si bien la condición en que se encontraban los cuerpos impedía que los detectives dieran con la causa de la muerte, éstos fueron identificados como Hannah y sus dos hijos, Elsie y Albert.

Arrestaron a Al y lo acusaron del asesinato de Hannah y de Elsie. Fue encerrado en la prisión de Strangeway mientras esperaba para ser enjuiciado.
Al no desistió de sus coartadas. Mientras estaba en Strangeway, hizo que otro prisionero escribiera una carta, supuestamente escrita por Hannah, en la que explicaba que ella y los niños estaban bien.