Con amigos así ¿Quién quiere enemigos?
¿Qué es lo que ocurre con los ingleses que hace que un número desproporcionado de ellos urda las tramas más inverosímiles para engañar y asesinar a sus semejantes por diversión y dinero?

ESTAMPAS

30/07/2021 06:00 pm



Max Haines 

Igual que Martin Luther King, Richard Brinkley, carpintero de 52 años, tuvo un sueño. En este sueño, él era rico y tenía una casa grande repleta de sirvientes. Para hacer realidad este sueño, tendría que esperar algún tiempo, pero valdría la pena.

No sé qué edad tenía Johanna Blume en 1906, cuando Richard decidió convertirse en su único heredero. Él conocía a la anciana hacía algunos años, pero en el último año de vida de Johanna, él se concentró en ganarse su amistad. Llamaba por lo menos dos veces por semana a la casa de Johanna en Maxwell Road, en Londres, donde la señora Blume vivía con su nieta, Gussie.

Richard, con la ayuda de un viejo amigo, Reg Parker, fue quien redactó el testamento de Johanna Blume. El documento estaba fechado el 17 de diciembre de 1906 y en éste dejaba todas sus posesiones a Richard, quien con engaños hizo que Johanna firmara el testamento. También le pidió a Parker que firmara un documento para su viejo amigo, pero no tenía ni idea de que había firmado como testigo del testamento. Ahora, todo lo que Richard tenía que hacer era esperar a que Johanna pasara al otro mundo.

Pues bien, resulta que no tuvo que esperar mucho tiempo. Dos días más tarde Johanna falleció de una hemorragia cerebral. De verdad. Poco después, las autoridades, sospechando igual que ustedes, realizaron una autopsia y corroboraron que la pobre mujer había muerto por causas naturales.

Afortunado Richard, con un plan que pensó podría tardar algunos años en poder llevar a la práctica, de pronto tenía un testamento que lo nombraba ejecutor y único beneficiario de la vivienda, el dinero y otros bienes de Johanna.

La misma noche del fallecimiento de Johanna, Richard fue a ofrecer el pésame. Expresó sus condolencias a Gussie, la nieta de Johanna, y a Caroline, hija de la anciana, quien había vivido lejos de la casa de su madre durante años, pues ella y Johanna no se llevaban bien. Caroline no tenía intenciones de pasar mucho tiempo llorando la muerte de su madre. Su mayor interés era concluir cuanto antes los asuntos de su madre. Nunca se le ocurrió pensar que no sería la única heredera de su madre. Richard la sacó de su error cuando le informó que su madre le había dejado todo a él.

Caroline montó en cólera y regresó furiosa a su casa en Pimlico. Ella y Gussie hablaron con las autoridades. Estaban convencidas de que Johanna había caído en una trampa. Como ya dijimos, la autopsia indicó que la anciana había fallecido por causas naturales. Pero no se iba a dar por vencida tan fácilmente. Habló con su abogado y le indicó que introdujera una solicitud ante un tribunal para que detuvieran la ejecución del testamento. Richard quedó desconcertado. Esperó hasta un mes después del funeral para ponerse en contacto con Caroline. Le preguntó por qué había tomado esta acción, ella le respondió con ambigüedades y Richard se quedó más o menos tranquilo.

Pocas semanas después, él habló con Caroline en tres diferentes ocasiones, tratando de convencerla de que desistiera del juicio. La última vez que habló con ella estuvo presente la hija de ésta, Caroline Eugenie. Richard parecía estar más desesperado que de costumbre.

Richard pensó una y otra vez qué podía hacer. Si examinaban bien el testamento falso, su trampa quedaría al descubierto. Su amigo Parker revelaría que él no había sido testigo de la firma del testamento, sino que Richard lo había engañado para que firmara el documento. De repente, Richard encontró la solución. Era muy simple. Asesinaría a Parker.

Entonces invitó a su amigo a su casa en el número 4 de Maxwell Rd., en Fulham. Parker se sorprendió cuando Richard, quien era abstemio, tomó dos vasos y vertió sendos tragos de whisky en ellos.



Pidió a su amigo que buscara un poco de agua en la cocina. Parker lo hizo, pero aprovechó que Richard salió por un momento para tirar la bebida en el fuego de la chimenea. Odiaba el whisky y esto le salvó la vida. Richard no entendía por qué el licor no había tenido ningún efecto en su amigo. Lo volvió a intentar. Visitó a Parker en su casa durante dos días seguidos, lo que era bastante inusual. Parker empezó a sospechar y, cuando en la segunda visita Richard le ofreció preparar el té, Parker rechazó la oferta y lo preparó él mismo.

Cuando empezó a tomárselo, Richard le pidió un vaso de agua. A Parker le dio la impresión de que cada vez que estaba bebiendo algo con Richard, por alguna razón este último quería que saliera de la sala. Parker buscó el agua, pero nunca terminó de tomarse el té. Había salvado su vida por segunda vez.

Si examinaban bien el testamento, su TRAMPA quedaría al descubierto y su amigo Parker revelaría que él no había sido testigo de la firma

Richard se sentía frustrado. Lo único que quería era matar al hombre. Esperó hasta el mes de abril. Para esa época Parker se había mudado al número 32 de Churchill Rd., en Croydon, el hogar de Anna y Richard Beck, quienes rondaban los 55 años. Los Beck tenían dos hijas, Hilda May, adolescente, y Daisy, quien era la mayor.

Richard fue a visitar a Parker a su nuevo domicilio y lo encontró bebiendo cerveza con el señor Beck. Richard se unió a los dos hombres. La señora Beck y sus dos hijas habían salido.

Nuestro amigo no había llegado con las manos vacías. Sacó una botella de cerveza negra e invitó a Parker a que tomara un poco. Parker le pasó su vaso vacío. Richard lo llenó y tomó un sorbo antes de devolver el vaso a Parker, quien lo bebió de un trago. El señor Beck salió de la sala y fue cuando Richard aprovechó para pedir un vaso de agua. Mientras los dos hombres estaban fuera de la sala, Richard echó cianuro de potasio en la botella de cerveza negra.

Poco después, los tres hombres se separaron. Parker acompañó a Richard hasta la parada del tranvía. El señor Beck se fue a un pueblo cercano. Mientras tanto, en la residencia de los Beck quedaba media botella de mortal cerveza.

La señora Beck, sus dos hijas y el novio de Daisy, Alfred Young, regresaron a la casa, y el señor Beck también. Ahora las actividades de la familia dictaminarían quién habría de vivir y quién no. Alfred Young regresó a su casa. Hilda se fue a dormir. Daisy se retiró a la cocina para comerse un bocadillo, pero se unió a sus padres en la sala. La botella de cerveza seguía en la mesa.

El señor Beck ofreció una bebida a su esposa y su hija. Ambas aceptaron. El señor Beck se bebió hasta la mitad del vaso y de pronto llamó a gritos a su hija. Se dobló sobre una butaca y la señora Beck yacía en el suelo al lado de ésta. Daisy se desmayó. En la parte de arriba, Hilda escuchó el ruido y bajó corriendo. Vio a toda su familia aparentemente inconsciente y fue desesperada a pedir ayuda a los vecinos.

Christopher y Dora Collinson hicieron lo que pudieron y luego llamaron a un médico. El doctor William Dempster sospechó de inmediato que se trataba de un envenenamiento.

Sintió un fuerte olor a almendras, lo que indicaba la presencia de cianuro de potasio. Richard y Anna Beck murieron minutos después de que el médico llegara a la escena. Daisy fue trasladada de inmediato al Hospital General de Croydon, donde logró recuperarse. Esa misma noche, el doctor Dempster llamó a la policía.

Se analizó el contenido de la botella de cerveza y se encontró cianuro de potasio en ella. Los detectives no tardaron en descubrir al hombre que había llevado la botella envenenada al hogar de los Beck.

¿Qué tipo de persona dejaría una botella envenenada en una casa apostando a la posibilidad de que su víctima bebiera el letal líquido? Cuando Richard fue puesto en custodia juró que era inocente de todo lo que se le acusaba.

Pese a la abrumadora evidencia en su contra, sostuvo que era inocente hasta el final, el cual llegó el martes 13 de agosto de 1907 en la prisión de Wandsworth, cuando Richard Brinkley fue ahorcado.