Reprogramando el gusto por ciertos alimentos

MARIÁNGEL PAOLINI

01/09/2019 08:30 am




Una de las mayores inquietudes de los padres durante los talleres y sesiones individuales es ¿cómo hacer para que sus hijos quieran comer alimentos saludables? 

Ante esta consulta, lo primero que hago es validar qué significa “saludable” para ellos, sabiendo que la expresión ha sido maltratada y desgastada a lo largo de los años haciendo que muy pocos lleguen a un acuerdo de lo qué significa que algo sea saludable (o no). 

Luego de disertar sobre el tema la mayoría concuerda con que comer vegetales entra casi de manera unánime en la lista de alimentos saludables. Lo que nos lleva a una segunda disertación: ¿Comen vegetales en casa? ¿Con qué frecuencia? ¿Es variada la oferta de vegetales o, por el contrario, nos limitamos a solo un par de los disponibles? Es entonces cuando buena parte de los padres hace un primer contacto con la realidad: ellos mismos comen pocos vegetales y, por ende, la propuesta en casa es muy reducida.

Una de las razones por las que la mayoría de los adultos no come vegetales es porque reconoce su genuino desagrado con el gusto que deja en la boca. Ese sabor “amargo” es una consecuencia de agentes protectores de la especie vegetal y que está en nuestra memoria colectiva como “alerta” de peligro potencial, así que nuestro instinto nos hace rechazarla en el primer intento.

Sin embargo, luego de “entrenar” el paladar podremos disfrutar de ese sabor. Muestra de ello son el café, el té, el brócoli y la toronja, cuyo sabor distintivo seguramente no fue agradable la primera vez que lo probamos. ¿O me equivoco?

Un estudio recientemente publicado en la Revista Chemical Senses sugiere que la exposición repetida a los alimentos amargos puede cambiar las proteínas en la saliva, esencialmente calmando el desagrado inicial por los sabores amargos o de otro tipo.

“Si podemos convencer a las personas de que prueben el brócoli, las verduras y los alimentos amargos, deberían saber que con la exposición repetida, sabrán mejor una vez que regulen esas proteínas”, argumenta la Dra. Torregrossa, directora asociada de la Universidad de Búfalo y autora del trabajo en el que confirma una de mis recomendaciones más importantes para los padres en etapa de iniciación en la alimentación de sus hijos: Insistir (de manera gentil) presentando los alimentos varias veces y evitar desistir de intentarlo (perseverancia).

El Dr. Clifford Segil, neurólogo del Centro de Salud Providence Saint John en Santa Mónica, California, dice que diferentes sabores afectan diferentes partes de nuestro cerebro. Él cree que la parte del “gusto” juega un papel menos importante que la vista o el tacto. Eso hace que sea más difícil enseñar a una parte tan pequeña del cerebro a que le gusten los alimentos más saludables, que carecen del azúcar y la sal, en lugar de los que prefieren las partes más grandes del cerebro.

“La forma de hacer que nuestros cerebros aprendan a que les gusten los alimentos más saludables sería aumentar los sabores de estos para proporcionar algún otro disfrute sensorial. Posiblemente agregar algo para que huela bien, lo que teóricamente también estimularía otros sentidos”.  

“Con la repetición nuestros cerebros pueden acostumbrarse a las cosas, y si se retiran, las extrañaríamos”. El punto es asegurarse de que no sea un “truco” o el típico “escondido” pues así no estamos estimulando el desarrollo del gusto por estos sabores, sino que reforzamos los ya conocidos (dulce o salado).