De vueltas y revueltas
Al migrar, hay fases, una de las cuales puede constituir la luna de miel del migrante, donde todavía no ha terminado de pisar tierra. Luego, como todo, irá haciéndose paso por la dura realidad

ALIRIO PÉREZ LO PRESTI

25/10/2022 05:04 am



Si se pudiera ir directo de Venezuela hasta Estados Unidos, como durante décadas han hecho los balseros cubanos, el Caribe estaría lleno de compatriotas, tratando de labrarse un mejor futuro en esta vida. El asunto es que estamos en Suramérica, y la migración de los venezolanos fue mayoritariamente por tierra hacia sus vecinos más cercanos. Esa migración de carácter masiva, continua, ininterrumpida y con elementos que permiten predecir una buena permanencia en el tiempo, fue provocada y el escandaloso origen de ésta será tema para análisis por personas que cultivan las más variadas disciplinas. Mientras tanto, en plena contemporaneidad, seguiremos poniéndole la lupa de nuestro interés a este fenómeno inédito en la región.

Migración y enfermedad mental

Es un tema clásico de la psiquiatría el estudio de las poblaciones migrantes. Tradicionalmente se ha reportado, por ejemplo, que los migrantes de segunda generación (los que nacen en el lugar a donde se arriba) constituyen un grupo más propenso a desarrollar enfermedades mentales. Por una parte, se genera la ya consabida dificultad para asimilarse a una nueva cultura y por otra, está recibiendo un doble mensaje con relación a la realidad. El doble mensaje puede trastocar el sistema de valores del sujeto. Por una parte, sus padres y familiares les señalan los modelos de vida a seguir, propios de su lugar de origen y por otro lado el sitio en donde se asienta tiene su propio sistema normativo. Este doble vínculo o propensión a los dobles mensajes, muchas veces irreconciliables, es un caldo de cultivo para el desarrollo de las enfermedades mentales, que en el caso de los migrantes son muy floridas.

De duelo en duelo

La migración, cuando es de carácter forzosa, siempre representa un duelo. Es una pérdida y emocionalmente el individuo que la padece se comporta como quien vive una merma. Hay etapas para desarrollar ese duelo, en las cuales la conflictividad ha de estar presente por un buen tiempo cuando no de manera permanente. Los duelos van de la mano con la nostalgia y la tristeza y potencialmente se pueden transformar en depresiones, que son enfermedades mentales complejas. Cuando se tiene que migrar más de una vez, puede aparecer la desesperanza. El migrante desarrolla un duelo en donde hasta la culpa podría estar presente. De ahí que quien migra forzosamente de manera repetida, va acumulando duelos y el desarraigo se anida. En esta experiencia dolorosa, la sensación de pérdida se puede volver exponencial.

Lunas de miel y pisando tierra

Al migrar, hay fases, una de las cuales puede constituir la luna de miel del migrante, donde todavía no ha terminado de pisar tierra. Luego, como todo, irá haciéndose paso por la dura realidad y se dará cuenta que a los mejores sacos se le pueden ver las costuras. Una de esas cosas propias de quien migra es reconocerse como miembro de una cultura y tener que asimilarse a otra, que generalmente le va a terminar por ser ajena. Sortear ese tránsito forma parte de las habilidades de cada uno y de salir airoso dependerá mucho de la capacidad adaptativa del sujeto y de las características de la cultura a la cual se intenta asimilar. Por otra parte, en un fenómeno migratorio de carácter tan masivo como el venezolano, que ya apunta a llegar a los ocho millones de almas, está el perfil del migrante profesional de carácter parasitario que no es un aporte ni al grupo cultural al cual pertenece ni al país al cual emigra. De eso, lamentablemente se hace más eco en los medios de comunicación y abultan las páginas rojas. Son olas que van y vienen en donde aparece el descrédito como juicio a un grupo cultural. Como en todo, el tiempo hace su trabajo.

Retorno a la patria

En el fenómeno migratorio venezolano, ha aparecido el migrante que retorna a Venezuela, otea la realidad y vuelve a emprender el viaje. Ese migrante termina siendo sinónimo de inestabilidad emocional. Migrar no es como caminar y comer chicle. Las cosas se hacen de manera calculada o tienden a no salir bien. Independientemente de lo que digamos quienes tratamos de compilar información en relación con el partir y los datos sobre la diáspora, la experiencia de cada uno es un testimonio de enorme riqueza. Cada cual se va labrando su propia percepción del asunto e irá haciendo sus respectivas conjeturas. Lo que no mienten son los números que, en su carácter brutal, impersonal y duro, muestran una realidad ante la cual es difícil voltear la mirada. La infinita irresponsabilidad y ligereza con la cual se ha tratado la migración venezolana es un escándalo para la raza humana. Migraciones por destruir sociedades, sumado a una pandemia, además de la guerra y la recesión económica que aplastará pronto a la civilización sólo asoman futuros llenos de nubarrones. Esperemos que, como todo ciclo, finalmente las cosas den un vuelco y resurja la esperanza para los millones de personas que un día conocieron el paraíso en la tierra: Venezuela.

@perezloprestied