Tristeza por los libros
Un libro que jamás ha sido abierto es una oportunidad perdida, es un camino truncado, es un sendero desvaído y hacia la nada. Muchos de los grandes autores universales no vendieron sus obras, y eso les causó un dolor muy profundo y una gran tristeza...

RICARDO GIL OTAIZA

04/07/2021 05:03 am



Los libros despiertan en los lectores muchos sentimientos. Es más, ellos son fuente permanente de emociones encontradas. A propósito de mi artículo del domingo 27-06-21, titulado El complejo mundo del libro (EU), un viejo amigo me escribió al WhatsApp lo siguiente, que me motivó a retomar el tema libresco: “Hola mi querido amigo. ¿Cómo estás? Interesante tu artículo. Me da cierta tristeza por esos libros que se quedan en los estantes, y también por sus autores que seguro sienten un fracaso en haber plasmado sus pensamientos y sueños.” Créanme, el mensaje se quedó dando vueltas en mi cabeza, y me tocó fibras muy íntimas, porque con pocas palabras dijo grandes verdades.


Tengo en casa muchos libros (aunque no tantos como quisiera), el número podría estar cercano a los cuatro mil, y a pesar de considerarme un buen lector desde mi juventud, no he leído todo lo que tengo en mi biblioteca. En contraposición, he releído muchos de ellos diez y más veces en mi vida, lo que ha significado un ritmo trepidante de lectura, que no ha respetado horario, ni sitio, ni fecha, ni circunstancia en la que me haya encontrado. Si hago los cálculos habré leído muy por encima de la media mundial, que ya es bastante. Miro los estantes y sé, porque la piel me lo dice, que algunos de esos ejemplares no los leeré jamás. Otros, muchos por cierto, los tengo en la mira, aunque siempre postergo el encuentro por una suerte de pereza mental, de cansancio, de fatiga, o de desgaste cerebral; no lo sé. Esa misma pereza me impele a volver sobre lo ya trajinado, porque aunque no recuerde la anécdota o la historia que se me cuenta, o la temática que se desarrolla, es como recorrer en auto un sendero ya transitado, y eso me desbloquea porque sé que lo haré sin mayores problemas. Por supuesto, no quiere decir que no lea nuevas obras o autores, porque sería anquilosarme y encerrarme en mi burbuja de comodidad,  sino que hoy, a estas alturas de mi madurez física y mental, prefiero volver al gozo de lo ya vivido, aunque no sea el mismo en la nueva oportunidad.
 
Tal y como lo expresó mi amigo en su mensaje, siento tristeza por los libros no leídos y por sus autores. Si el libro no ha sido leído, es un proceso sin terminar, porque no se ha dado la necesaria bidireccionalidad que permite el cierre del ciclo. Con el milagro de las tecnologías hoy un autor puede aspirar a conocer, no solo si su libro ha sido leído por el hipotético lector (que no es lo que mismo que se haya vendido), sino además saber de manera directa y en tiempo sincrónico o asincrónico, si le gustó y llenó sus expectativas. Anteriormente los autores tenían que conformarse con saber si el libro se vendía, pero les quedaba la duda e intriga por conocer si de verdad se leía. El Ulises de Joyce, por ejemplo, muchos dicen haberlo leído, pero no es cierto, solo que por ser una obra compleja, a quienes afirman haberse adentrado en sus páginas les deja un halo de prestigio intelectual. Hay gente que tiene libros para darse un barniz en el medio cultural, pero jamás han abierto uno y muchos menos han leído algo de comienzo a fin. Los libros de alto calado, así como los clásicos, muchos los refieren y citan, pero hasta allí. Al Quijote le pasa lo mismo. La gente suele tomar algunas frases, párrafos y líneas sueltas, y mencionarlas en sus conversaciones y escritos para hacer creer que son cultos, pero es mentira, jamás lo han leído. Son más los libros clásicos poco recorridos y hasta solitarios en sus anaqueles, con la tristeza que esto encierra, que los libros facilones y best seller, que muchos leen sin compromiso del intelecto. Hay también quienes ni siquiera acceden a éstos, y ya me podrán ustedes decir.
 
Un libro que jamás ha sido abierto es una oportunidad perdida, es un camino truncado, es un sendero desvaído y hacia la nada. Muchos de los grandes autores universales no vendieron sus obras, y eso les causó un dolor muy profundo y una gran tristeza. Los primeros libros de Borges fueron autoediciones y vendieron muy pocos ejemplares. Ya ciego, cuando sus conferencias e intervenciones en público se hicieron famosas, fue cuando en realidad el gran público se acercó con “extraño” interés (o curiosidad) a sus libros. Lo mismo les pasó a Monterroso, a Reyes y a Kafka, por citar unos pocos. En el caso de Kafka, su famosa Carta al padre, fue de edición póstuma. Otros, con vidas rayanas en la indigencia, no conocieron ni siquiera la primera edición de sus libros, porque nadie creyó en ellos y fue después de muertos cuando la posteridad rescató sus obras para hacer millonarios a sus descendientes.
 
Muchos autores han sido durante gran parte de sus vidas una suerte de escritores de culto, es decir, para pequeños grupos y élites, y este círculo de amigos, o peñas literarias, si bien les permitió no desfallecer y continuar escribiendo, por dentro tenían clavada la espina de una crítica ciega y de un gran público ignorante o displicente frente a sus inmensos legados. Otros, como Ricardo Piglia, tuvieron la suerte de ser descubiertos, aunque de manera tardía. Algunos, silencio total.
 
@GilOtaiza

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